Hasta aquí llegó la riada

Ha vuelto a desbordarse el agua, más salvaje que nunca en estas latitudes mediterráneas. Y contamos cadáveres en varias comarcas valencianas que nos dice el sentido común que podían haberse evitado si la alerta ante las inundaciones causadas por la DANA hubiera llegado a tiempo

Fracaso de la prevención de emergencias en las inundaciones por la DANA

Era imposible evitar la devastación, pero pudo haberse evitado que murieran tantos

Durante décadas, en algunas casas del centro histórico de València, se conservaron placas que marcaban el nivel que alcanzó el agua en la desastrosa inundación del 14 de octubre de 1957. “Hasta aquí llegó la riada”, se leía en esas paredes. No era para menos. Aquella riada, fijada en la memoria de la sociedad valenciana, dejó más de 80 muertos y una enorme destrucción. En otro día de octubre (siempre octubre), 67 años después, el nuevo cauce del Turia, -una obra, entre Quart de Poblet y Pinedo, que los valencianos contribuyeron a pagar con impuestos especiales y aquellos sellos de 25 céntimos del Plan Sur-, ha salvado a la ciudad de otra riada como un gigantesco brazo protector. Una imagen de cómo estaba el río en la desembocadura lo ha reflejado muy bien.


Vista general del nuevo cauce del Turia repleto de agua a causa de la gota fría que sufre la Comunitat Valenciana

Tan cerca de la ciudad, en cambio, las pedanías de Pinedo y La Torre, la comarca de l’Horta Sud y una parte de la Ribera Baixa no se libraron de la “barrancada” que bajaba desde la plana de Requena-Utiel y el Camp de Túria. La devastación que causan las inundaciones es una dramática asignatura que los valencianos hemos cursado demasiadas veces, tengan estas origen en el Túria, el Xúquer, el Segura o el barranco de Chiva. También en la Ribera se colocaron placas en ciertos sitios tras la “pantanada” de 1982, en la que hubo una treintena de muertos, así como tras la otra riada del Xúquer de 1987. “Hasta aquí llegó el agua”.

Hay memoria, por tanto, de este tipo de catástrofes. Pero ninguna se había cobrado hasta ahora tal cantidad de víctimas, al menos 155 muertos cuando escribo estas líneas. Como ha destacado José Ángel Núñez, de Aemet, a preguntas de Carlos Navarro, “la mayoría de personas murieron en zonas donde no llovía”, lo que debe dar lugar a “una reflexión” y viene a plantear la pregunta que está en boca de todos: ¿Por que llegó tarde la alerta a los móviles para que la gente no saliera de casa? La cronología de la nefasta jornada del 29 de octubre (siempre octubre) que publicó Sergi Pitarch en este diario revela que la estructura de emergencias de la Generalitat Valenciana, con el presidente Carlos Mazón al frente como “mando único”, condición que le otorga la ley, no fue capaz de avisar a tiempo a la ciudadanía del peligro que se cernía. 

Y son muchos los que recuerdan que, sin tantos medios técnicos, ni tanta información meteorológica, ni tantas estructuras de mando, la gente de Alzira y su comarca supieron en 1982 al menos con unas horas de margen del peligro que representaba la presa de Tous para poder ponerse a resguardo. La devastación entonces fue enorme y hubo muchos muertos, pero nada parecido a la tragedia superlativa que se ha producido ahora. Los testimonios recogidos por Laura Martínez, Carlos Navarro y Lucas Marco son escalofriantes: fango, millones de euros en destrozos y sin luz en la denominada “zona cero”. Paiporta, Catarroja, Massanassa, Benetússer, Aldaia, Sedaví, Alfafar… Montañas de coches, furgonetas, contenedores y todo tipo de objetos amontonados en las calles como juguetes rotos. Pero, sobre todo, muertos, demasiados muertos.


La Calle Albal de Paiporta

El agua es brutal cuando se desencadena. Lo sabemos bien. Por eso, mientras los efectivos se revelan incapaces, ya no de atender a todos los supervivientes, sino de recoger todavía a todos los muertos, en la cabeza de los valencianos se repite un pensamiento: “Esto no debería haber pasado”. Era difícil imaginar que se pudiera superar la mala reputación de los gobiernos autonómicos del PP en la gestión de catástrofes (todo el mundo recuerda el caso del accidente del metro en València en 2006), pero ha ocurrido. Como ha escrito Raquel Ejerique en su crónica, Valencia, devastada por un ‘tsunami’, se pregunta por qué. Se lo preguntaba, desde luego, dramáticamente, el ciudadano que narraba su experiencia: “Estaba tragando agua en el coche cuando me llegó la alerta”. Y nos lo preguntamos todos.

Se irán conociendo aspectos de la gestión de esta tragedia, se están conociendo ya. Como el hecho de que Mazón suprimió la Unidad Valenciana de Emergencias, un mecanismo de coordinación creado por su predecesor, Ximo Puig, con el argumento de que era “un chiringuito”. Sabemos que las alertas tempranas salvan vidas. Que la Universitat de València suspendió las clases y que la Diputación de Valencia cerró sus centros de trabajo por la DANA seis horas antes de la alerta por SMS a la población. Es decir, hubo responsables de instituciones que sí que fueron capaces de tomar decisiones a tiempo. ¿Por qué no lo hizo la Generalitat Valenciana?

Tal vez la explicación esté en cómo encaró precisamente Mazón la formación de su Consell y la alegría con la que entregó el área de emergencias a la extrema derecha de Vox. La consellera de esa formación, Elisa Núñez, tardó meses en relevar a los responsables de emergencias heredados del Gobierno el Pacto del Botánico que, como es lógico, querían marcharse. Parecía no saber qué hacer con esas responsabilidades. En julio, cuando Vox dio la espantada y rompió el pacto de gobierno, Mazón pasó las competencias a la consellera de Justicia e Interior, Salomé Pradas, del PP, que no parece haber sabido tampoco tomar las riendas con la mínima eficacia.

Del entorno de la Administración valenciana, cuando escribo esto, se desprende cada vez más la impresión de que había problemas para tomar decisiones cuando había que tomarlas durante la gestión del peor temporal de la historia de España. Algo esencial en este tipo de circunstancias. Todavía no podemos decir “hasta aquí llegó la riada” porque todo apunta a que esta catástrofe no se medirá por la altura alcanzada por el agua en su recorrido brutal, ni por el fracaso de los políticos encargados de hacerle frente, sino por la intolerable contabilidad de cadáveres. Que eventualmente puedan rodar cabezas y se depuren a fondo las responsabilidades por este enorme desastre parece ahora mismo poca retribución y poco consuelo a tanto dolor y tanta rabia.

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