Los vecinos de los pueblos más afectados por las inundaciones del 29 de octubre relatan las dificultades, el cansancio, la frustración de una nueva normalidad donde, en medio de necesidades de todo tipo, el único consuelo que perciben viene de haber redescubierto el valor de la comunidad
Fotos – El antes y después de las calles de la ‘zona cero’ de la DANA: así estaban tras la tormenta y así están ahora
Para cruzar andando el barrio de las Barracas, en Catarroja, bastan unos cinco minutos a buen paso y ya no hacen falta botas. Del barro que hace tres semanas en algunos puntos aún llegaba a los tobillos y obligaba a continuos desvíos que multiplicaban por diez el tiempo del camino, ahora queda en las calles solo una capa fina de polvo de color ocre, el mismo de las marcas que indican en los muros el nivel que alcanzó el agua cuando el 29 de octubre las inundaciones arrasaron el pueblo.
Ha pasado un mes y ya no se escucha el ruido ensordecedor de la maquinaria pesada que entró en estas vías estrechas para liberarlas del amasijo marrón de basura que era lo que quedaba de los muebles, de las camas, de los vestidos, de los recuerdos de los habitantes… Por la calle de Sagasta, una larga línea recta que acaba en el Camí Real, en el centro del pueblo, un chico pasa rápido con un patinete, mientras en otra calle aledaña dos hombres descargan una nevera nueva de una furgoneta. Es media mañana y hay un silencio que acompaña la imagen de una calma irreal que esconde el drama y los infinitos problemas que se viven de puertas adentro. Aquí y en todos los pueblos afectados por la riada.