Padres y madres que tratan de educar con respeto se ven a veces desbordados y reproducen comportamientos “intolerables” hacia la infancia, por lo que hay que trabajar para evitar ese tipo de situaciones y, en caso de que se produzcan, intentar remediarlo pidiendo perdón y comprometiéndonos a no repetirlo
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“Intento hacer una educación respetuosa, y me siento mala madre por no conseguirlo. Me cuesta contarlo, pero muchas veces pienso ‘qué bofetada tiene mi hijo’”, reconoce María, madre soltera “por elección” de un niño de tres años. Su hijo está, según ella, en una “etapa rebelde, de morder, pegar y arañar continuamente”. María cuenta que pierde los nervios “millones de días y en el mismo día un montón de veces”. Recuerda arrepentida especialmente un episodio: “Hubo una vez que le cogí de los hombros y le puse contra la pared muy fuerte; y al momento me eché a llorar porque me vi a mí misma fatal, y me pregunté qué estaba haciendo”.
El caso de María no es excepcional. Ocurre bastante a menudo entre una generación de padres y madres que creen en la crianza y la educación con un enfoque de respeto a la infancia. Evitan recurrir a métodos violentos como la amenaza, el castigo, el insulto, el grito o la agresión física –las tan normalizadas como perjudiciales bofetadas o cachetes–, pero en momentos puntuales de desborde acaban recurriendo a este tipo de prácticas.