Una parte significativa del negocio chatarrero procede hoy de los recolectores informales, extranjeros sin papeles que pueden dedicar una jornada a llenar un carro por el que apenas cobran 15 o 20 euros
Subsistir con un carro de chatarra: el destino de muchos de los migrantes que llegan a Canarias
Una imponente puerta de metal da acceso al almacén industrial. Justo al cruzarla, aguarda en una cabina David Carrillo, encargado de hacer un primer registro a la chatarra. Algunos materiales que le traen llegan en carros; otros, en furgonetas o incluso en vehículos particulares. Por su garita suelen desfilar hasta 100 personas cada día con algo que vender.
En el interior de la nave de Recuperaciones Carrillo, ubicada en el municipio barcelonés de Ripollet, a 16 kilómetros de Barcelona, el caos aparente esconde en realidad un sistema perfectamente orquestado. Una luz tenue permite distinguir las montañas de desechos de metal, clasificados por tipo y tamaño, y que se alinean a la espera de ser fundidos: hierro, acero, cobre y aluminio comparten espacio con piezas mecánicas y objetos cotidianos, desde electrodomésticos a patinetes eléctricos, todos sometidos a lo que los empleados denominan su ciclo de transformación.
En la empresa familiar Recuperaciones Carrillo, fundada en 1996 por los hermanos Antonio y Andrés Carrillo, trabajan 18 personas. La suya es una de las 400 plantas de recuperación y reciclaje que hay en Catalunya, conocidas popularmente como chatarrerías. Un sector que se alimenta tanto de los desperdicios de grandes empresas e industrias como de lo que recogen por la calle y en los contenedores miles de personas, la mayoría extranjeros sin papeles.
Según explica David, cada día se acercan a su almacén un centenar de personas, que pueden ser chatarreros o particulares que quieren deshacerse de objetos de su casa o de su empresa. Estos almacenes actúan como el intermediario entre quienes tiran el material y la industria del reciclaje.
El interior de una empresa de chatarrería con Antonio Pujadas, chatarrero con más de 30 años en el oficio, esperando para vender el material que ha llevado
Se trata además de un sector que de vez en cuando se sitúan en el foco por la existencia de compradores de chatarra que operan de forma ilegal. Ocurrió sin ir más lejos con el último gran robo de cobre que colapsó la red de Rodalies en Catalunya, y que llevó a cabo una banda en la que participaba un empresario chatarrero.
Victoria Ferrer, directora del Gremio de Recuperación en Catalunya, admite el impacto de esos negocios al margen de la ley: “Estos establecimientos ilegales representan una competencia considerable”. Muchos recolectores, lamenta, optan por venderles sus materiales porque no exigen documentación y porque pueden ofrecer precios más altos al eludir las normativas que regulan el sector.
En cambio, en las empresas de chatarrería oficiales, cuando llegan los materiales a la nave, lo primero que hacen es registrar la documentación de la persona que lo entrega, como el DNI, NIE o, en su defecto, la hoja de empadronamiento y el pasaporte. A continuación, se identifica el tipo de material recibido, ya que el valor varía dependiendo de si se trata de latón, hierro, aluminio u otro metal.
Una vez clasificado, el material se pesa en una báscula, y se genera un albarán que detalla el peso, el tipo y su precio. Con el proceso administrativo completo, los materiales se procesan y funden según su clasificación. Finalmente, estos se preparan para su venta a fundiciones o mayoristas, “cerrando el ciclo del reciclaje”, concluye David.
Vivir de chatarra
En el exterior del almacén, ubicado en medio de un polígono industrial, esperan en fila para entrar los recolectores de chatarra, la mayoría de ellos con carros de supermercado cargados de metales de objetos de metal que contienen hierro, aluminio, cables, acero… Son los que recogen los desperdicios aprovechables para el reciclaje de entre los contenedores en plena calle, aunque también junto a obras y grandes construcciones.
La mayoría de estos chatarreros son jóvenes de origen migrante, que provienen de países africanos, principalmente de Senegal, y han llegado a través de la peligrosa ruta Canaria, explica Federico Demaria, investigador principal del proyecto Wastecare, que estudia el papel de los chatarreros en los procesos de reciclaje en Barcelona.
“Me levanto temprano por la mañana y recorro todos los contenedores de la zona buscando chatarra”, explica Mamadou, un joven de Mauritania que espera fuera del almacén con su carro. “Cada día intento traer cosas para poder comer”, admite. De su carro asoma el cuadro de una bici desmontada.
A su lado, Sin Seck, un pescador de Senegal que tuvo que dejarlo todo atrás, asiente mientras escucha a su compañero y añade: “Vivimos al día, sin saber que nos pagarán y si hay suerte de encontrar algo”.
El sector de la chatarra, altamente competitivo según quienes lo integran, está marcado por las fluctuaciones constantes en los precios que se pagan por los materiales. “Por este carro lleno de cosas creo que me darán entre 15 o 20 euros”, señala Mamadou, que suele dedicar una media de 10 horas diarias a la recolección de chatarra por unos ingresos que no superan esos 20 euros por entrega.
Según la directora del Gremi de Recuperació de Catalunya, las empresas pagan poco porque estas oscilaciones de precio, que pueden cambiar de un momento a otro, les obligan a operar con márgenes muy ajustados y a lidiar con costes fijos elevados, como la maquinaria que procesa los metales.
“Aunque actualizamos precios semanalmente para dar estabilidad a estas personas, la realidad es que los valores fluctúan diariamente y muchas veces salimos perdiendo nosotros también”, añade.
Recicladores informales
“Nada de lo que llevo en el carro es robado, trabajo muchas horas para conseguirlo”, asegura Mamadou a David, mientras le entrega la documentación necesaria para poder vender los materiales que ha recolectado.
En las chatarrerías, se registra el NIE o DNI de las personas que entregan materiales, o, en su defecto, la hoja de empadronamiento y el pasaporte. Esta medida es obligatoria por la Ley de Seguridad Ciudadana, especialmente para prevenir los robos de cobre.
Las empresas del sector están obligadas a enviar semanalmente un listado detallado con los datos de los proveedores y una descripción de los materiales entregados a los Mossos d’Esquadra.
“Nosotros no podemos saber si los materiales son robados o no”, explican desde el sector. Por ello, el registro permite a las autoridades identificar a las personas implicadas en posibles delitos, ya que los datos reflejan cuántas veces han vendido material y en qué chatarrería lo han entregado.
“Buscamos basura dentro de los contenedores porque no tenemos papeles y es de los pocos trabajos que podemos hacer”, explica Sin Seck. La mayoría de ellos se encuentran en situación administrativa irregular, el 78% no tienen NIE, señala la investigación Wastecare de la Universidad de Barcelona (UB). Solo en la capital catalana operan unos 3.200 de estos chatarreros informales, que llegan a recoger 380 toneladas diarias de metales o, lo que es lo mismo, 100.000 toneladas al año. En este sentido, el investigador del estudio, Federico Demaria, señala que las empresas de chatarrería también se ven afectadas por la situación irregular de los recolectores.
“Las empresas de chatarrería no son ‘los malos’, el foco del problema radica en las desigualdades, las leyes de extranjería y el racismo, que dejan a estos trabajadores en una situación de vulnerabilidad, limitándoles sus opciones laborales”, admite Demaria.
La falta de documentación también empuja a los chatarreros informales a vender sus materiales a intermediarios que sí la tienen, quienes les pagan menos y luego revenden los productos a un precio más alto en los almacenees. “Este sistema añade un nivel de explotación aún mayor a una situación ya de por sí precaria”, concluye el investigador.
En este contexto, el sector propone que la Seguridad Social diseñe un tipo de IRPF más accesible para estos trabajadores, con el fin de regularizar su situación y facilitar su integración en el sistema.
“Llamarlos recicladores informales es más preciso que chatarreros, ya que reciclan, pero son informales porque el sistema no los reconoce porque la mayoría no tienen papeles”, subraya Demaria. “Al final ofrecen servicios de reciclaje a la sociedad sin coste, no los tenemos en cuenta en nuestros impuestos”, añade.
El Gremio de Recuperación de Catalunya estima que el 25% de los metales que entran en sus almacenes proceden de estos chatarreros que empujan sus carros por la calle. El resto suele tener como origen los desechos de grandes empresas e industrias.
Una profesión con historia
Una furgoneta blanca llega al almacén cargada de materiales para vender. De ella desciende Antonio Pujadas, un hombre de 78 años que ha dedicado buena parte de su vida a la chatarra. Todos en la empresa lo conocen y lo saludan.
“Tenía un taller de mecánica, pero tuve problemas con Hacienda y lo cerré”, recuerda. “En aquellos años, lo único que quedaba al margen de la ley era la chatarra, así que decidí dedicarme a esto para salir adelante”.
No fue hasta los años 90 cuando el sector dejó de operar sin normativa y se exigieron permisos específicos para gestionar residuos. “Cuando la actividad de las chatarrerías empezó a regularse, decidimos fundar mi hermano y yo la empresa”, recuerda Antonio Carrillo.
“Al principio fue muy duro empezar el negocio, pero ya conocíamos bien el oficio”, admite Antonio. “Mi hermano y yo llevábamos años trabajando de chatarreros. Cuando llegamos de Granada a Catalunya en los años 60, no nos quedaba otra opción que dedicarnos a esto”.
La profesión siempre ha estado vinculada a la migración, no solo subsahariana como ahora, sino también a aquellos que llegaron de Andalucía a Catalunya durante las décadas de los 50 y 60 en busca de nuevas oportunidades. “Ser chatarrero ya era una forma de ganarse la vida en la posguerra civil española”, señala Antonio.
Las reliquias del sector
Pujadas conversa con David en su cabina. Se mueve por la empresa como si fuera su segunda casa. Señala una estantería repleta de radios vintage, cuidadosamente alineadas por colores. “Estos son los tesoros que nos trae la chatarra, no tienen precio”, comenta David.
“Mi hermano tiene una colección de reliquias”, añade David, mientras le pide a Andrés Carrillo, su hermano, que las muestre. Andrés se convierte en el guía hacia una pequeña sala con un expositor de cristal.
En el primer estante destacan figuras de metal que parecen elaboradas con materiales reciclados, pero lo que más llama la atención es una colección de teléfonos antiguos de diversos colores y modelos. Al subir a la planta superior, enseña su joya más preciada: una bicicleta blanca y azul de la marca Panther Cross, reluciente y perfectamente conservada.
“A veces nos trae cosas bonitas como estas, pero es una vida muy dura, la de chatarrero”, admite Pujadas. Que él lleve tantos años en el negocio, dice, es una excepción. “La gente rota mucho y nadie quiere dedicarse realmente a esto”, explica Pujadas. “Para mí ahora es un entretenimiento”, concluye.
Muchos chatarreros lo consideran un trabajo temporal para sobrevivir. Un claro ejemplo de ello fue la creación de la cooperativa Alencop el año 2015 por parte del Ayuntamiento de Barcelona, destinada a la integración de personas en situación de exclusión y en servicios de reutilización y reciclaje de residuos.
Sin embargo, el proyecto no prosperó debido a la alta rotación de trabajadores y a que los recolectores informales necesitan complementar su trabajo en la chatarra con otras actividades para subsistir. Las empresas de chatarrería tampoco vieron con buenos ojos la iniciativa, que consideraban una competencia desleal por parte del propio Ayuntamiento.
Actualmente, los chatarreros denuncian que no existe ninguna política específica, ni a nivel estatal ni autonómica, dirigida a esos trabajadores informales para mejorar sus condiciones laborales precarias.
Después de colocar su material, Mamadou sale del almacén con el carro vacío. En 15 minutos, le han revisado el material y esta vez se lo han comprado casi todo. “He sacado 15 euros”, comenta. Sin Seck, en cambio, no ha tenido suerte hoy y no ha encontrado nada para vender, solo acompañaba a su amigo. Pero Mamadou ya le ha propuesto ir juntos al día siguiente a buscar chatarra para llevarla a la empresa.