La inmigración no es un problema. El problema son las reacciones, políticas y sociales, que el fenómeno produce en los habitantes del país receptor. Que unas veces responden a atavismos y otras, las más, a campañas, difusas o concretas, de entidades reaccionarias, políticas o religiosas
En estos momentos la prioridad política de Alberto Núñez Feijóo no es tumbar a Pedro Sánchez, que eso dependerá de la convocatoria electoral, sino antes de eso, reducir el peso electoral de Vox, que se mantiene incólume en todos los sondeos. Y como ya viene ocurriendo desde hace unos años, la única táctica en la que el PP cree para lograrlo es hacerse tan de ultraderecha como el partido de Santiago Abascal. El actual viaje de Feijóo a Italia para alabar la política antiinmigración de la neofascista Giorgia Meloni es la prueba de que el camino emprendido por los populares en esa dirección no tiene límites.
Parece claro que uno de los motivos más relevantes del apoyo popular a Vox (un 13% del total, según el último barómetro del CIS) es su postura radical en materia de inmigración y concretamente su exigencia de que los inmigrantes que aun regularizando su situación en España sean devueltos sin más miramientos a sus países de origen. Ello trufado con las denuncias sistemáticas de que buena parte de los delitos que se cometen en España tienen como protagonistas a inmigrantes. Lo cual es radicalmente falso, según todas las estadísticas.
Pero la desconfianza hacia la inmigración, en distintos grados, es un fenómeno amplio, no nuevo, pero puede que creciente y que alcanza a los electorados de otros partidos, incluso los de izquierda. Un reciente informe del Centre d´estudis d´opinió de Barcelona concluye que, aunque el total de catalanes que se opone a la inmigración ha caído bastante en los últimos años hasta ser sólo una conspicua minoría, un 56% sigue creyendo que los inmigrantes tienen un impacto negativo en los servicios públicos, un 48 % tiene una opinión negativa sobre el alto número de inmigrantes y un 51% cree que las leyes al respecto son demasiado tolerantes. Y entre los partidos de izquierda, PSC y Esquerra, esos porcentajes son sólo ligeramente inferiores.