Los mayores de 80 años concentran la mayor tasa de estas muertes en España y Sanidad los ha incluido como colectivo que requiere atención prioritaria en el nuevo plan de acción contra el suicidio
Solo una de cada cuatro personas que se suicidan habían sido atendidas en salud mental
Los datos oficiales dicen que la mayor tasa de suicidios en España se da entre las personas mayores de 80 años. Sin embargo, es difícil encontrar a los supervivientes –a sus familias o amigos– en los grupos de apoyo que existen a lo largo y ancho del país. Son muertes invisibles, especialmente difíciles de prevenir y con apenas intentos fallidos, coinciden todos los expertos consultados. El nuevo Plan de Acción contra el Suicidio que está ultimando el Ministerio de Sanidad incluye a este colectivo entre las personas que requieren atención prioritaria por ser “especialmente vulnerables” a quitarse la vida. La mayoría son hombres.
“Hay un sentimiento enorme entre los familiares de que dejaron sola a la persona. Aparece todo el tiempo. La mayor parte de personas que llegan a nuestros recursos son esposas o hijas que tienen muy interiorizado el rol de cuidadoras. Así que esa culpa por pensar que no han sabido hacerlo, que no han estado presentes como deberían, está muy intrincada en los duelos”, explica Carles Alastuey, psicopedagogo y responsable de los grupos de acompañamiento de la asociación DSAS (Después del Suicidio Asociación de Supervivientes).
La pregunta que surge ante la contundencia de los datos –16,1 muertes por cada 100.000 habitantes, una tasa que dobla a los fallecimientos que se producen en la treintena– es si los recursos de atención no llegan a los mayores. La realidad, desgranan los especialistas, es un poco más compleja. “El edadismo nos confunde e identificamos cuestiones psicológicas con cuestiones de la edad. Como eres mayor, es normal que estés más enfadado y más triste. A veces parece que robamos a las personas de más edad la complejidad que tiene el ser humano o pensamos que la propia vejez es el motivo del suicidio”, expone Irene Lebrusán, doctora en Sociología e investigadora del Centro Internacional sobre el Envejecimiento (CENIE).
El problema, por estas preconcepciones, está en muchas ocasiones en la dificultad de detectar los signos de alarma. “El dar por sentadas algunas cosas, como que ser mayor implica estar triste y deteriorado, nos complica verlo porque lo naturalizamos”, coincide Raimundo Mateos, responsable de la unidad de Psicogeriatría del Hospital Clínico Universitario de Santiago de Compostela.
“Tenemos que preguntar más”
“Muchos mayores no se quejan de tristeza, sino del cuerpo, de que le duelen cosas. Y si el sanitario o sanitaria no conoce que la alerta puede venir por ahí, no se da cuenta. No te cuentan que están desesperados o que la vida no tiene sentido. Tenemos que preguntar más, tener una actitud de diálogo y de alerta porque en personas mayores las depresiones pueden ser una antesala del suicidio”, desarrolla el psiquiatra.
Esta falta de señales de alerta muy obvias también las reconoce Javier Jiménez, psicólogo y fundador de la Asociación RedAIPIS, que trabaja en la investigación y la prevención de la conducta suicida. “Son personas culturalmente menos familiarizadas con los asuntos de salud mental. Con hablar de ello, especialmente los hombres”.
A esta situación se suma que tienen menos intentos autolíticos que otros grupos de edad. No acostumbran a fallar, de manera que la tasa sube. Y el impacto en los supervivientes que les rodean es brutal por ese carácter, a veces, tan inesperado. “En las terapias ves a personas adultas, independientes, a las que les afecta de forma muy fuerte la pérdida de sus padres o madres muy mayores. Los necesitaban, pese a que la persona que se quita la vida puede pensar que es prescindible”, añade.
Homogeneizar a los mayores es un ejercicio poco recomendable, advierte Mateos, que asegura, por el contrario, que en esta franja de edad hay una diversidad incluso más grande que en otras. Pero hay investigaciones que han tratado de aproximarse al suicidio entre las personas de más edad y afirman que los trastornos depresivos son uno de los principales factores de riesgo en este grupo. A él se suman las enfermedades físicas graves, los conflictos familiares, las pérdidas recientes, la soledad o el hecho de vivir solos, enumera un estudio publicado en la Revista Española de Salud Pública en 2021.
Son los “estresores” que suceden con frecuencia a estas edades y que si no están acompañados por un apoyo el riesgo se dispara, continúa el psiquiatra. “En esto que hablamos tantísimas veces de la soledad de los mayores no solo nos referimos a una pérdida objetiva de apoyo social, sino, sobre todo a la parte subjetiva. Esa es la importante: la falta de apoyo social percibido. Pueden estar súper atendidos y acompañados en sus dolencias físicas pero nada más”, explicita Mateos.
Según la Encuesta Continua de Hogares de 2020, el último año con datos disponibles, un 44,1% de las mujeres mayores de 85 años vivían solas en España frente al 24% de los hombres. En 2013, el porcentaje era del 34%, diez puntos menos. Vivir solo no es lo mismo que sufrir soledad no deseada. No siempre va de la mano.
Un estudio de la Fundación LaCaixa realizado entre personas que acudían en 2021 a centros de mayores encontró que casi el 70% sufrían algún tipo de soledad. En la mayoría (53,7%) era “moderada” mientras en el 10,3% aparecía como “grave” y en el 4,5% como “muy grave”. De todos los mayores a los que se preguntó, el 41% vivía en pareja, el 34% solo o sola, el 12% con pareja e hijos y el 7% únicamente con descendientes.
La investigación destaca, además, dos cuestiones socioculturales perversas que emergen ante el suicidio de una persona muy mayor: “Tradicionalmente se ha considerado menos relevante, incluso llegando a menospreciarse” y “la percepción de que la muerte tiene un impacto económico bajo en la comunidad bajo porque este grupo poblacional no forma parte de la población activa”.
Si la brecha de género en el suicidio está presente en todas las edades, en las personas más mayores se dispara. Es un asunto estudiado desde hace tiempo para la tercera edad y tiene hasta nombre. El antropólogo Benno de Keijzer lo llama “caída del sistema”.
“El hombre jubilado se queda sin su lugar-identidad, muy centrada en lo laboral, y se queda sin proyecto porque no lo ha construido o preparado. Muchos regresan a casa a tiempo completo sin involucrarse en lo doméstico o en la crianza, como sí lo hacen las mujeres, jubiladas o no. También las mujeres logran construir más vínculos emocionales significativos y diversos que los hombres”, explicaba en este reportaje. En los datos de suicidio se ponen negro sobre blanco “los mandatos de la masculinidad tradicional” para muchos hombres: “ser fuertes, no pedir ayuda, no reconocer la vulnerabilidad o tener un concepto equivocado de autosuficiencia”.
La transición de la vida productiva al final de ella “resulta más dura” para los hombres, subraya Lebrusán. “Cuando hacemos análisis de cuánto salen las personas a la calle a edades avanzadas, vemos que las mujeres han tendido a moverse en círculos pequeños tradicionalmente y los hombres exploran el espacio más allá. Cuando hay una ruptura con ese espacio exterior porque se acaba el trabajo y por cuestiones de salud física, o las dos, hay mucho impacto”, analiza la socióloga.
Pese a que la tendencia a que los suicidios sean más frecuentes en personas mayores está muy consolidada en el tiempo y no varía demasiado con el paso de los años, critica Mateos, “la academia y la ciencia ha tenido cierta pereza en perfilar los instrumentos que usamos para evaluar la salud mental de los adultos más mayores”. El resultado es que sigue existiendo “mucha patología escondida”.